¿ El gordo que murió de Amor ? ¿ Heroico salvataje en el río ? ¿ Como me hice dueño de un velero cabinado con motor que no ví ni veré nunca ?
No se como titular esta historia, absolutamente real, que involucró a un querido amigo y a mí indirectamente. Y todo ocurrió en mi río Paraná, cerca de la ciudad de Paraná hace ya casi 30 años.
EL GORDO QUE MURIO DE AMOR
(el protagonista)
(el protagonista)
El "Chelo", era mi amigo. Lo fué por décadas. Compartíamos la misma edad y el mismo amor por el río.
El Chelo era gordo, petisito, de simpático aspecto y su apodo era "El Chanchito". Muchas veces, bromeando, lo atrapaba desde atrás cruzándole un brazo en el cuello y con el otro simulaba clavarle un cuchillo en él, a lo que respondía con estridentes gritos de "Uiiiiii uiiiii uiiii ..." como hacen los chanchos cuando son degollados. Nos queríamos, sí. Pescador espinelero desde su infancia, como su padre, su abuelo y toda su familia, primeros pobladores de Puerto Sanchez, el barrio de de humildes ranchos de pescadores sobre la alta barranca que llega al río, pegado, aguas arriba, al puerto de Paraná.
Nació, se crió y vivió siempre allí. Cuando nos conocimos vivía en un ranchito a media barranca. Desde su patio de tierra apisonada, al que daba sombra un ceibo, tenía una vista espectacular del río y desde allí que podía vigilar su canoa de madera con un motorcito "Villa" de 4 caballos, amarrada en la costa.
Su esposa, gorda como él, era 15 años mayor y no tenían hijos. Chelo era huérfano de una madre que al parirlo, primer hijo, murió de parto. Se crió con la segunda mujer del padre y los numerosos medios hermanos que fueron viniendo. Y siempre se sintió maltratado por su madrastra. De manera que Chelo y su mujer constituyeron lo que yo consideraba, para mis adentros, un "matrimonio incestuoso": él era el hijo de esa mujer mayor, que nunca había tenido ninguno... ella, era la madre que el nunca había tenido.
Durante los mas de 20 años que duró el matrimonio una de las actividades principales de los dos, aparte de la pesca, era evitar que su ranchito se derrumbara con los movimientos de la barranca, al crecer o bajar el caudal del Paraná. Nunca quisieron irse de allí a pesar que tuvieron varios ofrecimientos de obtener una vivienda en uno de los numerosos barrios que los sucesivos gobiernos iban haciendo. Pero claro, lejos del río.
El Chelo se iba todos los días río arriba, en su canoa,
Cuando el Chelo tenía 45 años, ella se murió. Un repentino e inesperado ataque al corazón se la llevó a sus 60 años.
Tengo aún presente en mi memoria, la escena desgarradora del Chelo, en el velatorio, en el mismo ranchito donde vivían, abrazando el cajón, llorando ruidosamente y gritando "Mamá, Mamita". Y luego la escena terrible en el cementerio cuando sus amigos tuvimos que separarlo del ataúd cuando abrazado a él, quería impedir que lo introdujeran en el nicho.
El Chelo no vivió mucho mas. Tres meses después, lo encontraron muerto, víctima de un ataque al corazón, en el cementerio, frente al nicho de su esposa.
¿Como no pensar que en realidad murió de amor?
HEROICO SALVATAJE EN EL RIO.
( el hecho )
( el hecho )
Un fin de semana de junio, Chelo, fué a tirar sus espineles a la altura de la entrada al riacho "Telégrafo", en la margen derecha del Paraná, en la gran "cancha" de Villa Urquiza. No sé si existe aún o fué tapada definitivamente por los camalotes y otras plantas acuáticas. Justo frente a ésta entrada, a unos 200 metros dentro del río, existía en ese entonces, una boya roja marcada con la inscripción "KM 612", marcando los límites del canal de navegación. Es decir, estaban a 12 kilómetros del puerto de Paraná.
El Gordo y un amigo ocasional que lo acompañó, acamparon en la boca del arroyo. Alcanzó a colocar algún "alambre", pero no pudo lograr recorrerlo pues un viento sur cada vez mas fuerte se lo impidió. Al caer la noche de ese sábado, ya era un verdadero vendaval. Su canoa - aún recuerdo su color, amarilla con los bordes rojos, y su nombre, "Jilguero" - estaba protegida del oleaje dentro del "Telégrafo". Y los dos amigos, al abrigo de un modesto "bendito" armado con unas lonas y entibiados por un fueguito de leña en el que se calentaba la pava para el mate, único alimento que llevaban, aparte de unas naranjas, pan y sal. Y por supuesto, la olla ennegrecida por el hollín, con grasa, para freír algún pescadito, que no tuvieron tiempo de lograr.
Con las últimas claridades del crepúsculo, Chelo creyó escuchar, entre el ruido del furioso viento, unos gritos provenientes del medio del río. Miró pero ya había poca luz y no alcanzó a distinguir nada. Entró a la larga noche invernal, con la inquietante curiosidad por los gritos.
En cuanto amaneció se arrimó a la costa para mirar el río, pensando en lo que escuchara al anochecer y entonces vió unos bultos, sobre la Boya 612, que se bamboleaba furiosa empujada por la gran marejada que el viento, que había aumentado, producía en ese anchísimo sector del Paraná... la " cancha de Villa Urquiza".
Rápidamente interpretó que los bultos serían personas que habrían perdido su embarcación la tarde anterior y encontrado en la boya la única posibilidad de no ahogarse.
Sin pensarlo demasiado subió a su canoa para intentar un rescate. Invitó a su amigo, que al ver el oleaje que enfrentarían, se rehusó a acompañarlo. Y allí fué Chelo, encaramado en su "Jilguero", solo,sin chaleco salvavidas ( no habitual y menos hace 30 años entre los pescadores de subsistencia), superando el temor ante el peligro real al que se enfrentaría.
Con la habilidad propia del que se ha criado arriba de una canoa, fué enfrentando el fuerte oleaje hasta arrimarse a la bamboleante e inmensa boya "612", donde dos hombres y un niño de unos 10 años, en ropa interior, abrazados a los hierros de la torrecita que sostiene la luz, acurrucados, inmóviles, sin casi reacción tras haber pasado una noche terrible, casi desnudos en el frío del invierno, y con la conmoción propia del naufragio sufrido.
Me imagino la escena: la canoa y la boya sacudiéndose ferozmente ... el Chelo parado en el plan de su embarcación con una mano aferrándose a la boya y con la otra ayudando a embarcar a tres personas, ateridas y casi inmovilizadas por el frío soportado.
Pero pudo. Y llegaron a la costa. El pequeño fueguito se convirtió en una hoguera para dar calor a los náufragos. Que eran un padre y su hijo y un cuñado. Que vivían en un pueblo del interior de la provincia y tenían su barquito en Paraná. Que no eran expertos navegantes y fueron sorprendidos por el viento sur volviendo de la isla "El Chapetón" ( km 635 mas o menos). Que al llegar a la gran cancha de Villa Urquiza no pudieron impedir que las olas se metieran en el barquito terminando por hundirlo. Que quedaron flotando en medio del río, con las últimas luces de la tarde. Que contaban con un salvavidas circular, al que se aferraron. Que se despojaron de sus ropas que les impedían moverse eficientemente. Que por suerte la corriente los llevó a la boya, a la que pudieron subir. Que gritaron y gritaron en vano. Que al caer la noche, se acurrucaron como pudieron entre los hierros de la baliza, protegiendo al niño. Que la noche fué terrible y con las horas que pasaban interminables se iban también sus esperanzas de sobrevivir. Que cuando amaneció, estaban entumecidos y sin fuerzas ni para moverse ni para gritar.
Con uno de ellos - la canoa no daba para más - y dejando a un adulto y el niño con el fuego y el abrigo que le pudieron dar, Chelo y su amigo volvieron a Paraná, dejando al náufrago en la Prefectura, quien se encargo velozmente del rescate de los restantes.
Con la habilidad propia del que se ha criado arriba de una canoa, fué enfrentando el fuerte oleaje hasta arrimarse a la bamboleante e inmensa boya "612", donde dos hombres y un niño de unos 10 años, en ropa interior, abrazados a los hierros de la torrecita que sostiene la luz, acurrucados, inmóviles, sin casi reacción tras haber pasado una noche terrible, casi desnudos en el frío del invierno, y con la conmoción propia del naufragio sufrido.
Me imagino la escena: la canoa y la boya sacudiéndose ferozmente ... el Chelo parado en el plan de su embarcación con una mano aferrándose a la boya y con la otra ayudando a embarcar a tres personas, ateridas y casi inmovilizadas por el frío soportado.
Pero pudo. Y llegaron a la costa. El pequeño fueguito se convirtió en una hoguera para dar calor a los náufragos. Que eran un padre y su hijo y un cuñado. Que vivían en un pueblo del interior de la provincia y tenían su barquito en Paraná. Que no eran expertos navegantes y fueron sorprendidos por el viento sur volviendo de la isla "El Chapetón" ( km 635 mas o menos). Que al llegar a la gran cancha de Villa Urquiza no pudieron impedir que las olas se metieran en el barquito terminando por hundirlo. Que quedaron flotando en medio del río, con las últimas luces de la tarde. Que contaban con un salvavidas circular, al que se aferraron. Que se despojaron de sus ropas que les impedían moverse eficientemente. Que por suerte la corriente los llevó a la boya, a la que pudieron subir. Que gritaron y gritaron en vano. Que al caer la noche, se acurrucaron como pudieron entre los hierros de la baliza, protegiendo al niño. Que la noche fué terrible y con las horas que pasaban interminables se iban también sus esperanzas de sobrevivir. Que cuando amaneció, estaban entumecidos y sin fuerzas ni para moverse ni para gritar.
Con uno de ellos - la canoa no daba para más - y dejando a un adulto y el niño con el fuego y el abrigo que le pudieron dar, Chelo y su amigo volvieron a Paraná, dejando al náufrago en la Prefectura, quien se encargo velozmente del rescate de los restantes.
DE COMO ME HICE DUEÑO DE UN VELERO CABINADO CON MOTOR,
EL QUE NO VÍ NI VERIA NUNCA
(Las consecuencias)
En el transcurso de la semana, cuando nos vimos en su casa, mientras su esposa nos cebaba unos mates, me contó lo sucedido. El lunes lo llamó Prefectura para tomarle declaración en el sumario y allí lo enteraron que el dueño del velero había manifestado que si era encontrado, se lo regalaba al Chelo, con motor y todo.
En esa declaración había o mucha ingenuidad o mucho cinismo. La ubicación y reflotamiento de un pequeño velero hundido en el canal de navegación del Paraná, con una corriente que lo desplaza quien sabe a donde y con sedimentos que lo van tapando es inmensamente mas costosa que el valor de un pequeño barquito deteriorado también por el tiempo sumergido. De hecho, nunca mas se supo de él y debe estar en el fondo del río aún.
De Prefectura al rancho de mi amigo no hay mas de 300 metros, pero nadie se arrimó a agradecerle el haber arriesgado su vida y su bien mas valioso y medio de vida, su canoa con el "Villita" para salvarlos en condiciones, que acobardarían a muchos valientes.
En la canoa quedó abandonado el salvavidas circular. Chelo me preguntó si debería devolverlo, a lo que le contesté con un improperio a los muy desagradecidos rescatados, que en ese gesto demostraron un costado muy oscuro de sus almas.
Y el Chelo, en su inocente generosidad o sutil picardía - nunca lo sabré - me dijo: "Benito ( me llamaba siempre por mi segundo nombre), Benito, si el barquito aparece, te lo regalo a vos".
Allá donde esté su alma, se debe estar riendo de mí.
En esa declaración había o mucha ingenuidad o mucho cinismo. La ubicación y reflotamiento de un pequeño velero hundido en el canal de navegación del Paraná, con una corriente que lo desplaza quien sabe a donde y con sedimentos que lo van tapando es inmensamente mas costosa que el valor de un pequeño barquito deteriorado también por el tiempo sumergido. De hecho, nunca mas se supo de él y debe estar en el fondo del río aún.
De Prefectura al rancho de mi amigo no hay mas de 300 metros, pero nadie se arrimó a agradecerle el haber arriesgado su vida y su bien mas valioso y medio de vida, su canoa con el "Villita" para salvarlos en condiciones, que acobardarían a muchos valientes.
En la canoa quedó abandonado el salvavidas circular. Chelo me preguntó si debería devolverlo, a lo que le contesté con un improperio a los muy desagradecidos rescatados, que en ese gesto demostraron un costado muy oscuro de sus almas.
Y el Chelo, en su inocente generosidad o sutil picardía - nunca lo sabré - me dijo: "Benito ( me llamaba siempre por mi segundo nombre), Benito, si el barquito aparece, te lo regalo a vos".
Allá donde esté su alma, se debe estar riendo de mí.
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Que hermosos relatos tenes! felicitaciones muchas gracias por compartirlos
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